El Espectro Oscuro de 2026: Crónica de una Polarización Anunciada

Autor Hugo Márquez

 

El calendario ya casi marca 2026 y, con él, el próximo gran round de nuestra agotadora saga electoral. Si hay algo que define el paisaje político colombiano actual, no es la búsqueda de consensos, ni el diálogo constructivo; es la polarización. Y, créanme, para la contienda presidencial que se avecina, no solo será la constante, sino la única canción que sabremos bailar.
Colombia se ha transformado en un país donde la política se vive con la intensidad de un clásico deportivo: eres del equipo A o del equipo Z, y cualquier punto medio es traición. Es el triunfo de la identidad tribal sobre la idea programática. Los matices mueren a medida que se acerca el día de las elecciones. Es la materialización de la frase, llena de humor negro, que se le atribuye a Winston Churchill: “La mejor argumentación en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con un votante promedio.” Pues bien, el votante promedio de 2026, al parecer, solo quiere confrontación.

La Lógica Implacable del Extremismo

¿Por qué esta tendencia es ineludible de cara a 2026? Por una simple, aunque deprimente, razón de mercado: la polarización funciona.
Los políticos y sus equipos de campaña ya no buscan convencer al centro o a los que se conocen como indecisos; buscan movilizar a los extremos y demonizar al oponente. Si usted es un votante de izquierda, su única certeza es que el candidato de derecha es la encarnación de la desigualdad. Si usted es de derecha, la única verdad es que su contendor es un camino directo al abismo económico.
Esta dinámica crea un ciclo de retroalimentación perversa. La única manera de destacar, de generar ese ansiado contraste y visibilidad, es gritar más fuerte y perfilar posturas más radicales. El centro es sinónimo de tibieza, de la “nada” que no capta la atención de los votantes. Se le señala y hay mofa hacia quien hoy se perciba como tal.

El Ajedrez de los Extremos y sus Fichas Clave

Miremos el tablero. En el flanco de la derecha radical, del uribismo, ya se escuchan los tambores de guerra con figuras como María Fernanda Cabal o Miguel Uribe Londoño. Su estrategia es clara: consolidar el voto anti-Petro a través de una retórica de orden, seguridad y defensa del modelo tradicional. Cualquier atisbo de concesión se leerá como debilidad, garantizando que su discurso se mantenga en el rojo vivo del debate.
Pero esta ala dura se alimenta de figuras que no temen al lenguaje más explosivo. Allí entra en juego el abogado Abelardo de la Espriella. Él no se anda con eufemismos; su precandidatura por firmas, catalogada por algunos como ultraderecha, es un ariete diseñado para pulverizar el discurso de la izquierda con una elocuencia tan afilada como controversial. De la Espriella no busca el voto de opinión, busca el voto de la visceralidad. Su papel será el de la voz sin filtro que radicaliza a la base, obligando a los demás candidatos de derecha a endurecer su propio mensaje para no ser vistos como blandos. Para él nunca se es lo suficientemente derecho, siempre se puede un poco más. Y ha demostrado tener elocuencia para encaminar las conversaciones hacia lo que quiere decir.
Frente a ellos, en el Pacto Histórico y la izquierda, la situación es igualmente tensa. La contienda interna, con nombres como el controversial Daniel Quintero, el curtido Iván Cepeda o la activista Carolina Corcho, se centra no solo en quién representa mejor al Gobierno, sino en quién puede encarnar la antítesis más pura del establecimiento tradicional. El ambiente interno es tenso, porque de todas formas no es un secreto que no se pasan a Quintero y que él es incómodo para quienes desean votar pensando en izquierda nostálgica o en ideales antiestablecimiento.
Y justo ahí, donde el pragmatismo se encuentra con la ideología, aparece la eterna figura de la realpolitik: Roy Barreras. Su pasado como estratega clave en la victoria de Petro y su habilidad para transitar con pasmosa comodidad entre los bloques ideológicos, lo convierten en el comodín más temido. Si bien está en un segundo plano por ahora, su experiencia y su olfato político lo tienen en la baraja para ser el “hombre clave” si el Pacto Histórico necesita una figura más cercana y menos ideologizada para la segunda vuelta. Su sola mención evoca la desconfianza del centro y la derecha, pero también la posibilidad de una unión pragmática que, irónicamente, profundiza la polarización. Es todo un Francis Underwood, es todo lo que se odia pero es una carta de garantía electoral.
El centro, ese mítico espacio que, en cada elección, intenta consolidarse solo para ser pulverizado se ven Figuras como la siempre extrovertida y calculadora Claudia López, Juan Daniel Oviedo que seguramente busca medirse para seguirse perfilando a la alcaldía de Bogotá, o Sergio Fajardo con su permanente escarapela de presidenciable, se ven forzados a navegar una zona de guerra donde cada propuesta sensata es vista por un extremo como un guiño al rival. El centro, en Colombia, no es un punto de encuentro, sino el purgatorio de las ideas. El votante que busca moderación está condenado a elegir entre el veneno y el antídoto que huele a perfume barato.

De la Plataforma al Ring: El Climax de 2026

A medida que nos acerquemos a la fecha clave, la evidencia de esta radicalización será cada vez más palpable:
1. El Lenguaje de Guerra: Los discursos dejarán de ser sobre propuestas y se centrarán en la supervivencia. El país no estará eligiendo un presidente, sino un “salvador” que nos libre de la catástrofe que representa el otro bando. El lema será: si gana el de enfrente, el país se acaba.
2. El Uso de las Redes: Las plataformas digitales, lejos de ser espacios de diálogo, se convertirán en arenas de bullying político. La autenticidad que tanto se busca hoy se traducirá en la capacidad de ser más mordaz o “descomplicado” a la hora de atacar al rival. La periodista Vicky Dávila, por ejemplo, ya demostró que una voz de opinión fuerte y polarizadora puede cimentar una precandidatura con una base sólida de apoyo. Una candidatura que, seamos sinceros, se sigue diluyendo en medio de un entusiasmo que fue efímero y que demostró la importancia del timing en la política.
3. El Exilio del Centro: Cualquier figura que intente posicionarse en el centro será devorada por ambos lados. Será calificada de ineficaz, sin carácter o, peor aún, de “cómplice silencioso” del bando contrario.
Sin desear hacer apología al centro o buscar defenderlos, si es momento que en el centro vayan planeando su siguiente aspiración, pues no tendrán un espacio para lucirse en esta contienda. El ring no tiene espacio para ellos, no será su momento.

La Paradoja del Megáfono: Cuando la Charla Supera a la Obra

Y si bien es cierto que la política colombiana nunca ha destacado por su sobriedad, la actual aministración ha perfeccionado un arte trágico: el de la gestión audible. El gobierno del presidente Petro no se comunica, retumba. Sin embargo, la estridencia de sus discursos no logra silenciar el eco que proviene de las obras y ejecuciones pendientes. Es en esa grieta entre el decibel y el ladrillo donde la oposición, con un cinismo exquisito, encuentra su combustible más puro para 2026.
Mientras las cuentas del Estado se mueven con la pesadez burocrática de siempre, el presidente ha convertido su agenda en una sesión continua de storytelling. Se habla de “cambio profundo”, de “constituyente”, de “reformas sociales” que reconfigurarán la nación, todo en mayúsculas y en letra Montserrat Extra-Bold.
Y es aquí donde las cifras hablan, a pesar del silencio mediático que generan. Un informe de la Contraloría, por ejemplo, ha señalado que la ejecución del presupuesto de Colombia en 2024 podría ser la más baja en cinco años, comparable incluso a la de 2020, durante la pandemia. Otras fuentes indican que la ejecución del Presupuesto General de la Nación (PGN) con corte a noviembre de 2024 alcanzó apenas el 80.8% en compromisos, un mínimo histórico desde 2019. En el rubro de inversión pura, los compromisos llegaron apenas al 24% en el primer semestre de 2025.
Esta baja ejecución ha tenido consecuencias en el territorio. La Cámara Colombiana de la Infraestructura (CCI) ha alertado sobre cerca de 100 obras en todo el territorio nacional con baja ejecución presupuestal, y el avance promedio de las obras viales no supera el 10%. Proyectos estratégicos del Invías como Los Curos-Málaga o la Transversal del Carbón, reportan avances por debajo del 0.5%.
El mejor argumento contra un gobierno que promete el cielo es mostrar que ni siquiera ha terminado el andén.

La Oposición: Altruismo a $100.000 el Voto

La respuesta de la oposición es tan predecible como eficaz. Figuras como María Fernanda Cabal —quien no duda en enarbolar el hashtag #DóndeEstaLaPlata en referencia a los más de 31 billones de pesos transferidos a patrimonios autónomos—, Miguel Uribe o Abelardo de la Espriella no necesitan crear una agenda de ataque; simplemente necesitan amplificar el vacío.
Cada discurso encendido del presidente, cada confrontación con las altas cortes o la prensa, es un cheque en blanco que la derecha cobra con intereses. No lo hacen por el amor incondicional a la gestión pública, sino por el cálculo electoral.
La indignación, señoras y señores, es la moneda más valiosa en la política de polarización. Y el gobierno, al hablar mucho y concretar poco —con el Ministerio de la Igualdad como un “estruendo” burocrático que no cumple sus metas—, está financiando generosamente esa caja de campaña. La oposición sabe que si logran mantener vivo el debate en torno a la “destrucción” o el “despilfarro”, evitan el incómodo ejercicio de proponer soluciones reales. Es más fácil gritar “¡El país se acaba!” que explicar un plan económico. Así, la inejecución del gobierno actual se convierte en la principal plataforma de la próxima contienda presidencial.

El Peligro del Salvador: La Única Batalla que Debemos Ganar es Contra el Ego Ajeno
Hemos analizado el sórdido panorama de 2026 y la certeza de que el espectáculo será tan polarizado como rentable para sus protagonistas. Pero en esta crónica del agotamiento político, existe un actor al que hemos subestimado, el único capaz de romper el guion: la ciudadanía.
Si la polarización es una táctica, el mesianismo es su arma de destrucción masiva. Los líderes no buscan la división por convicción ideológica, sino por un cálculo primario de supervivencia. El führer de turno necesita que usted, votante, sienta que el país solo tiene dos destinos posibles: la salvación o el abismo. Y, por supuesto, la salvación siempre está encarnada en su ego.
El ciudadano promedio, sin embargo, tiene la obligación moral e histórica de desenmascarar este juego de espejos. Es el momento de escuchar la amarga verdad: la política colombiana se ha convertido en una terapia intensiva para egos gigantescos.

La Mecánica de la Adoración y la Cita Incómoda

El mesianismo no es más que la promesa de un atajo. El líder carismático, ya sea de izquierda (el apóstol del cambio) o de derecha (el restaurador del orden), le ofrece eliminar la complejidad. No tiene que leer propuestas, ni investigar la baja ejecución presupuestal; solo tiene que creer.
Este modelo ha sido rentable a lo largo de la historia. El líder se adueña del relato de la nación, convenciendo a su base de que su existencia es sinónimo de la existencia misma del país. Los desafíos de Colombia —la infraestructura crítica que se detiene, la educación que cojea, la seguridad que se desangra— dejan de ser problemas de gestión y se transforman en culpas del “enemigo”.

El Voto Racional: La Brújula del Bien Común

El antídoto contra el mesianismo y la polarización es de una simpleza radical: votar a favor, no en contra.
El ciudadano debe resistir la tentación de dirigirse a la urna para simplemente hundir la candidatura que más odia. Esa es la trampa perfecta que asegura la victoria del mal menor, y no la del bien mayor. Es la táctica que garantiza que los Roy Barreras y los Abelardo de la Espriella de turno sigan teniendo vigencia, pues su poder reside en lo bien que definen al oponente, no en lo bien que ejecutan.
La responsabilidad cívica para 2026 debe centrarse en:
1. Buscar el Hacedor, no el Orador: Deje de votar por quien prometa el “cambio” y empiece a buscar a quien demuestre capacidad de ejecución. ¿Quién tiene el talante y el equipo para llevar la inversión a niveles históricos? El país necesita menos inflación discursiva y más eficiencia práctica.
2. Exigir Humildad: Lo que Sirve, se Queda: Un líder debe demostrar que su proyecto no es un capricho personal. Si la solución a un problema vial fue diseñada por la administración anterior, el líder responsable la termina; no la desecha para poner su logo. La prueba de madurez política es que el candidato entienda que la solución no debe llevar su nombre, sino el beneficio del ciudadano.
3. Votar por los Números, No por las Emociones: Olvídese del mesías y examine los datos. ¿Qué candidato tiene un plan creíble para afrontar la baja ejecución en infraestructura y sanear el bochornoso déficit del Ministerio de la Igualdad?
La próxima contienda no debe ser sobre quién es menos malo, sino sobre quién beneficia al pueblo. La verdadera victoria de la ciudadanía será cuando, al final del día, los líderes tengan que ganarse el voto con una propuesta de vida práctica, en lugar de con una declaración de guerra. El poder no está en el que grita desde el atril, sino en el que, en silencio, elige al que construirá el puente, no al que solo lo promete.
El panorama, lo reconozco, no es alentador. Nos espera una campaña ruidosa, visceral y, probablemente, más entretenida que constructiva. Pero si algo nos enseña la historia electoral reciente, es que el camino más corto al Palacio de Nariño en 2026 será a través del corazón ardiente de la confrontación. La sabiduría de la que tanto se habla en las campañas estará, ojalá no tristemente, en la audiencia.